Como decía una marca famosa de refrescos, El ser humano es extraordinario. Y si, a veces somos capaces de hacer cosas extraordinarias, ensanchando nuestros límites. Los humanos no paramos de ensanchar nuestros límites y a esto lo llamamos desarrollo:
- En primer lugar, los límites geográficos, como el encuentro de Europa con América, por ejemplo.
- Ensanchamos también los límites de la ciencia y tecnología, diseñando herramientas que nos permiten alcanzar mayores logros, como la colonización del espacio y el dominio de la energía.
- Adicionalmente, ensanchamos los límites de la información y la comunicación, que nos permiten compartir conocimiento y aumentar la productividad. Es lo que estamos viendo ahora con el desarrollo de las redes de conocimiento y la inteligencia artificial.
Y estamos todos más comunicados que nunca. Hipercomunicados. Enfermizamente extra-conectados. Todos pendientes de mensajes y recados inmediatos, que se suceden a veces de forma frenética.
De alguna manera, el desarrollo no ha traído sosiego, sino alteración. Estamos más nerviosos que nunca. Con muchas ganas de ofendernos. El dominio de la telepatía (sentimientos a distancia) ha devenido en algo peor que una torre de babel, porque ahora nos respondemos y provocamos de forma colérica.
Nunca antes hemos sido tan masivamente agresivos con las palabras en toda la humanidad, como hacemos ahora. Nunca antes han corrido tan rápido y en tanta cantidad los bulos y las calumnias, transportados en una tecnología que los difunde a la velocidad del rayo, literalmente.
Cuando miro este panorama, sí creo que hay alguna frontera que ensanchar: la frontera de la cordialidad, de la cooperación y la colaboración entre pares, entre iguales.
Quizás antes, cuando el horizonte social era la tribu, era más fácil gestionar nuestros afectos y desafectos. Podíamos decirnos las cosas a la cara y experimentar nuestras sensaciones comunes, allanando los conflictos. Ahora somos cientos de miles, millones de personas, intercambiando mensajes, a veces amistosos, pero muchas más veces, agresivos, olvidando que, en el pecho de nuestro interlocutor – al que muchas veces despreciamos -, “también late un corazón”, como decía Antonio Carlos Jobim.
El otro día escuché un programa interesantísimo en la radio: un antropólogo de Atapuerca explicaba la sutil diferencia que distingue al Homo Sapiens del resto de primates (Gorilas, Chimpancés,…), pero también del resto de homínidos, como los Neandertales y Australopitecos: esta diferencia que hacía especial al Sapiens es el oído.
El oído del Sapiens constituye una de las diferencias fisiológicas decisiva y únicas: el oído del Homo Sapiens está diseñado para escuchar con gran detalle un tipo de frecuencias que va entre los 2 y 4 khz. Estas frecuencias, precisamente, coinciden con las frecuencias de la voz humana, del lenguaje hablado.
¡Lo que nos diferencia del resto de homínidos es que el Homo Sapiens hemos aprendido a escucharnos!! (Aunque a la vista de ciertos espectáculos públicos, parece que se nos ha vuelto a olvidar).
Aquí entra Namure: En Namure, queremos entrenarnos para volver a aprender a escuchar.
Aprender a escuchar, como primer paso para aprender a colaborar. Aprender a escucharnos entre todos, para completar una bella melodía conjunta, como hacen los músicos.
Queremos disponer de un reducto, en el campo, alejado del ruido ambiente de las redes, que promueva las iniciativas culturales, musicales y de debate. Siempre cordialmente. La palabra cordial viene de cordia, corazón. Queremos escucharnos de corazón.



Queremos aprender a debatir, a mejorar la escucha activa, a buscar argumentos de apoyo sin atacar personalmente, a rebatir amablemente. Queremos hacerlo alejados del ruido social, del rugido a veces enfermo de ira que destilan las redes sociales.
Queremos que Namure promueva las iniciativas culturales y la retórica en el Valle de los Alhorines.
Queremos establecer nuestra madriguera, que pueda considerarse un Puerto Seguro, donde se puedan expresar las opiniones y realizar actos artísticos, desde la libertad y la amabilidad.
Sin rehuir ningún debate ni propuesta. Apartados de la marea malsana que invade y atraviesa las redes sociales. Un reducto de cortesía y pensamiento libre, donde también podamos enseñar a la gente joven como debatir sin ser manipulados.
Queremos hacerlo en este pequeño rincón de un valle bonito, que los agricultores cuidan y conservan más o menos apaciblemente durante siglos.
No quiero olvidarme de la música. La música es la actividad colaborativa por excelencia. Es imposible que la música suene bien, si los interpretes son incapaces de escucharse entre ellos mientras tocan sus instrumentos. Y todos saben que la armonía general está por encima del valor de su parte instrumental. Quizás haya pocos aprendizajes tan valiosos. La música es el alma de Namure.
Desde hace años, Belén y yo nos hemos dedicado a promover algunas actividades divertidas e interesantes, que combinaban diversos deleites, como la poesía, el vino y el jazz. Lo sabéis, porque muchos habéis participado y los habéis apoyado amablemente.
Hace algunos años, le dimos vueltas – con nuestro amigo Wences – a la idea de generar un “Think Thank”. No un Think Tank normal, o sea un grupo de pensamiento: Un Think Thank para pensar y agradecer. Y nuestra idea inicial era que este think thank fuera un barco que va navegando por los mares océanos hacia distintos puertos, donde pararse a pensar y agradecer. A reflexionar y dar gracias con personas distintas de todo tipo. No fue posible.
Ahora disponemos del Club Náutico de La Çafra. Un lugar para escuchar de corazón, y aprender, cerca de la naturaleza. La naturaleza tiene un gran poder sanador y detonante de la creatividad. Queremos generar una escuela de retórica, promoviendo a la vez la música amateur.
¿Por qué lo hemos llamado Club Náutico? Empezó como una tontería. El Club Náutico es donde va la gente “elegante”. Defino elegancia como la integración natural en un espacio y tiempo. Pero cada vez me gusta más el nombre: de alguna manera, nos acerca hacia el mar.
El mar evoca en todos recuerdos literarios: a mí, me recuerda a los tebeos de vikingos; las novelas de los corsarios en sus goletas, los marinos de Java, la Isla del Tesoro, las 3 carabelas. Y lugares exóticos, como Maracaibo, El Cabo de Buena Esperanza, Sumatra o la Isla de la Tortuga, refugio de piratas y bucaneros, en tantos relatos fascinantes.
Y también me recuerda a los marinos, gente con una rara determinación y enorme valentía. Como mi padre y mi abuelo.
También evoca guerreros navegantes que se respetan y admiran mutuamente, cada uno defendiendo con honor las encomiendas de su patria. Personas con un estricto código de respeto a bordo. Y con unas bellas reglas de colaboración en situaciones de peligro en alta mar. Las reglas del mar. Quizás, porque en el mar todos somos un poco migrantes, viajando de puerto a puerto. Buscando puerto seguro.
Me gusta pensar que seremos capaces de promover esta idea y encontrar un grupo de personas, un poco intrépidas, un poco desprendidas y muy cordiales que quieran compartir este bonito rumbo, esta bella derrota para la promoción de la música y la retórica en la naturaleza.
Ahora tenemos una idea bella y un logotipo, también muy bello. Está originado en una canción de Enrique Morente, trastornando ligeramente los versos de un poema de Alberti (que leí con posterioridad, Si mi voz muriera en tierra), y sobre los que fue encargado el

A mí me han condecorao’
Con la Insignia Marinera
Sobre el corazón, un ancla
Sobre el ancla, la vela
Sobre la vela, el viento
¡Y sobre el viento, las estrellas!
A partir de una idea y la voluntad se forja un rumbo, una derrota.
Namure, como toda institución humana, es una entelequia. Ésta es pequeña, remota y bella.
Quizás podamos hacerla también conveniente, si conseguimos convocar la voluntad y participación de otros seres humanos, corrientes como nosotros, y juntos podamos hacer algo extraordinario.
Joaco Alegre. La Çafra, 25 de junio de 2023.